Fragilidad: la nueva realidad de las ciudades

Hasta hace unas semanas, todos decíamos que las ciudades eran las reinas indiscutibles del siglo XXI. La ciudad era el más importante ecosistema de relaciones sociales, culturales, políticas y económicas que se había creado en la historia de nuestra especie. En pocos días, esa realidad se ha convertido en un mapa de incertidumbre, dudas, miedos y desconfianza. Y, todo ello, a causa de un virus que ha transformado radicalmente nuestra forma de vida, costumbres, hábitos y percepciones.

Después del coronavirus, muchas cosas van a cambiar. Y una de ellas es la forma en la que hemos organizado nuestra vida en grandes concentraciones humanas, que ofrecen muchas ventajas, pero que también provocan desigualdades, generan desequilibrios, aumentan la soledad o aceleran el deterioro medioambiental.

Aunque, en mi opinión, la consecuencia más grave de esta crisis sin precedentes para nuestra generación, es la demostración de la fragilidad de nuestro modo de vida y, por consiguiente, de nuestras ciudades. Nuestra creación más glamurosa, la imagen de la que más orgullosos nos sentimos, es un gigante con los pies de barro.

Y les propongo que reflexionemos más allá de las respuestas concretas que estamos dando a la emergencia, que en muchos casos son ejemplares, y comprendamos que debemos replantearnos algunas cosas importantes, en temas como la convivencia, la seguridad, los servicios, la movilidad o la energía.

Estas semanas nuestros servicios públicos están demostrando una gran capacidad de respuesta, por la fortaleza del sistema que nos hemos dado, y especialmente por el compromiso de muchas personas que se arriesgan para que todos estemos sanos y seguros. Pero también hemos comprobado la nula capacidad de adaptación de muchas estructuras urbanas. Y esta crisis debe servir para replantear paradigmas, cuestionarnos dinámicas, cambiar hábitos.

Todavía es pronto para sacar conclusiones, para proponer medidas concretas. Aún no sabemos cómo afectará esta emergencia a nuestra capacidad para relacionarnos, trabajar y convivir fuera de nuestras viviendas. Son muchas las incógnitas y las dudas que impiden dar una opinión formada y sólida. Lo que sí podemos afirmar con claridad es que la vida no será igual.

Aunque tengamos un tratamiento médico que suavice los síntomas, aunque podamos inyectarnos una vacuna dentro de unos meses, estas semanas van a cambiar muchas cosas. Y debemos adelantarnos a la próxima pandemia, generando espacios de vida y convivencia en la ciudad que sean más equilibrados, más armoniosos, más humanos.

Para lograrlo, aprovechemos el aislamiento y pensemos en soluciones fuera de nuestras reflexiones habituales. Por ejemplo, si hablamos de urbanismo, cuestionemos radicalmente las soluciones pasadas, y propongamos escenarios realmente nuevos, que permitan crear ciudades articuladas en torno a barrios accesibles, abarcables, armoniosos.

Preguntémonos si debemos alejar cada vez más los servicios, el comercio, el trabajo y el ocio del lugar de residencia de las personas, por supuestas razones de eficiencia y rentabilidad o, por el contrario, tenemos que acercar y dimensionar a una escala más humana las infraestructuras que los ciudadanos necesitan y usan cada día.

Pensemos en el turismo de nuestras ciudades, y aprovechemos esta crisis mundial para cambiar por fin el enfoque, olvidemos los megalómanos proyectos turísticos que necesitan millones de visitantes para ser sostenibles y seamos racionales y realistas. Nuestro patrimonio, cultura y paisajes urbanos nos lo agradecerán.

Son días difíciles. Algunos siguen trabajando duro en sus lugares habituales para que el resto estemos bien. Otros muchos hemos aprendido a trabajar delante de una pantalla y podemos reunirnos, dar clase o tramitar expedientes. Muchas personas están muriendo y otras estamos viviendo esa muerte a nuestro alrededor. Es cierto que no es una guerra, no hay bombardeos, no hay escasez de alimentos, estamos en nuestras casas cómodos, calientes, con plataformas digitales de ocio y una conexión global que nunca se había producido. Pero estas semanas nos cambiarán para siempre. Hemos descubierto que somos vulnerables, frágiles. Estamos viviendo una situación desconocida para nuestra generación. Eso tendrá consecuencias.

Las ciudades son frágiles. Hoy ha sido un virus, mañana no sabemos qué puede hacer tambalear sus estructuras. Seamos valientes, rompamos barreras y convirtamos dificultades en oportunidades. Iniciemos un proceso de reflexión y acción, seamos creativos y no nos importe probar soluciones nuevas para mejorar la vida de las personas. Es lo único importante, en realidad.



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