Las editoriales perjudicadas por la Feria del Libro del 'desencuentro': "Éramos invisibles, como si hubiera un foso"

La Feria del Libro del reencuentro (el hashtag que se usó en redes) se convirtió en la del desencuentro en el último día. Cuando desde la organización del encuentro librero madrileño se sacaba pecho porque esta edición -cambiada de fecha y con restricciones pandémicas- no había ido mal en cifras -solo caían un 10%-, su propio director, Manuel Gil, detonaba una bomba al explicar que frente a lo "estupendo" que les había ido a las grandes librerías y editoriales, a la llamada "isleta central", compuesta por sellos pequeños, le había ido "mucho peor".

Gil además confirmó que las editoriales puestas en ese espacio "experimental" no fueron elegidas por sorteo, si no que fue una "decisión estudiada" y que designaron "en la isleta a editoriales de catálogos pequeños y a aquellas que tienen la necesidad de rejuntarse con otras editoriales". Gil, además, echó más leña al fuego al decir que lo que "paga" es "tener una buena marca y una buena comunidad detrás. No hay más". El director de la Feria justificaba la existencia de esa zona para no tener que "excluir gente".

La respuesta no se hizo esperar. Más de 30 editoriales firmaron un manifiesto donde acusaban a la Feria de "sacrificarlas". Eran treinta, aunque lo apoyan muchas más -las 80 de la ya famosa isleta y más, porque algunas de las firmantes estaban en otras posiciones-. Por "las prisas", según los firmantes, y lo complicada de la semana posterior de la Feria no se llegó a incluir a más. Desde la organización del evento se asegura que los gremios que la organizan están reunidos y que habrá un comunicado en breve.

Lo cierto es que para las pequeñas y medianas editoriales de esa "zona experimental" lo de "mucho peor" ha sido un verdadero drama. Las editoriales situadas allí, consultadas por 20minutos, cifran sus caídas de ventas entre un 60% la que más y un 30% la que menos en comparación con la cita de 2019.

"Lo vimos desde el primer día", asegura una editora presente en la Feria que no quiere identificarse -"no quiero que me pongan la caseta el año que viene en el estanque"-: "Era como si fuéramos invisibles, como si estuviéramos rodeados por un foso; esta posición nos ha impedido acceder a nuevos públicos, que son los que pasean y curiosean".

Jesús Egido, editor de Reino de Cordelia y uno de los treinta firmantes del manifiesto, cifra su bajada de facturación en un 32%, pero asegura que le han molestado más las declaraciones de Gil, que "cayeron como un jarro de agua fría". "No creo que nosotros, una editorial con cuatro premios nacionales, ni nadie, mereciéramos que se nos llevara a dedo a una zona que iba a perjudicarnos a nosotros, a nuestros autores y lectores. Hay que tratar a todos por igual".

"Hablan de buena marca y comunidad para vender bien", reflexiona Carlos Alonso, de Pàmies, "pero nosotros en 2009 fuimos a la Feria con una metro y medio de caseta y cuarenta títulos y vendimos más que en esta, con tres metros y 300 títulos publicados, ¿antes teníamos buena marca y ahora no? Nosotros siempre hemos vendido bien en la Feria y aceptas que si un año caes en la zona de sol vendes un 10% menos, pero no lo que ha ocurrido este año", asegura Alonso que ha constatado que la posición ha afectado a las ventas de su sello: "Hemos facturado un 40% de lo que hicimos en 2019".

"¡Qué me está contando el director!", explica otro editor que no quiere ser citado, visiblemente contrariado. "Lo vende como que la isleta ha sido un acto de caridad y no es así: nos necesitan por los miles de euros que sacan por las casetas. No es un favor, nos necesitan a nosotros y a nuestro dinero".

A todos les fue mal, pero no por igual. Alfonso García, de Satori, explica que para ellos no ha sido "un desastre total", porque son un sello especializado -en temas japoneses- "y nuestros lectores nos buscan". Pero asegura que era consciente, desde el primer día, del "desastre de otros compañeros".

En general, los editores comprenden que esta Feria era "difícil" de organizar, tras año y medio de pandemia por covid-19. Aseguran que por eso habían sido pacientes con las fechas distintas (que algunos tildan de "demenciales" por la coincidencia con la campaña de los libros de texto), la disposición, las colas y los aforos ("cuando los estadios estaban casi llenos") o la presencia de las cafeterías dentro... pero las declaraciones del director les hicieron estallar. "Ya estábamos cabreados con las ventas, y con estas declaraciones..." afirman.

Carlos Alonso asegura que ha habido "oscurantismo" en esta edición y pide que se sea más transparente también con la asignación del tamaño de las casetas. "Hasta hace tres o cuatro años los criterios por los que tenías cuatro metros o tres, o compartías caseta estaban claros, ahora no", explica.

"Son palabras muy graves porque ponen en cuestión a la propia Feria", explica la editora antes mencionada. Y disparan aún más dudas: "¿Cómo se han designado a los 80 de la isleta? ¿Solo por ser pequeñas o por ser pringaos? Hay pequeños editores que han tenido buenos sitios. Me gustaría que explicaran los criterios", se pregunta otro editor cuyo nombre no quiere que aparezca en este artículo.

"No me sorprende que traten así a los pequeños editores", comentan varios de ellos. "Colocar a los más débiles en el peor sitio no es buena idea, pero hacerlo por esos motivos es directamente discriminatorio", explica Alfonso Zuriaga de Altamarea, otro de los firmantes del manifiesto.

"Nosotros aportamos bibliodiversidad, que es una de las grandes riquezas de la Feria", reivindica Jesús Egido quien asegura que se sienten "atacados por unas palabras y unos mecanismos que no se pueden consentir".

"No hay que experimentar y menos con los pequeños", afirma la editora, "si hubieran colocado ahí a los grandes grupos, para los que la Feria no es tan capital y tienen autores mediáticos, no habría habido tanto problema".

Y ahora, con la Feria del Libro ya terminada, ¿qué esperan? "Que no vuelva a pasar", asegura Carlos Alonso. "Si esto ha sido excepcional, lo podemos aceptar, pero si el año que viene es otra vez así, no estaremos", asegura. En lo que coinciden todos, es que no esperan compensaciones económicas (aunque "pagaron lo mismo que otros que estaban en sitios privilegiados") y que, en cualquier caso, estas no arreglarían el desastre.

"Hay un arte maravilloso en el mundo que se llama dimisión y que deberíamos empezar a practicar en el mundo de la cultura y en la Feria del Libro", asegura Jesús Egido, que pide que "alguien tiene que asumir todos los errores" de esta edición y que confía que Gil "dimita o le hagan dimitir".

Zuriaga, de Altamarea, espera una "rectificación inmediata" y que se abra "un periodo de reflexión sobre las cosas que hay que cambiar" para próximas ediciones. Desde Satori, García espera que la próxima Feria sea "normal, abierta y sin colas", aunque sí pide que haya una comunicación que explique los criterios por los que se les asignó la isleta.

"No pido dimisiones", asegura el editor de Satori, "porque sabíamos que organizar esta Feria era complicado, pero ahora tienen que disculparse y tratar de arreglarlo para el futuro. Ahora hay que reencontrarse". Y casi todos ellos coinciden.



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